José Fernández Bremón nació en Gerona en 1839, pero con 3 años ya habitaba en Madrid. Al año de llegar a la capital quedó huérfano de madre y a los 15 años perdió también a su padre, que era militar. Su tío materno, José María Bremón, se encargó entonces de su asistencia. Su entrada en el mundo laboral no se dio en la redacción de un periódico, sino en las oficinas de una compañía de seguros. En ella trabajó durante diez años, representándola durante un trienio en Cuba y viajando por México y otros estados de América. Sin embargo, su nostalgia y aspiraciones literarias le trajeron de vuelta a Madrid.
Siguiendo su vocación literaria, comenzó a escribir en multitud de pequeños periódicos, todos ellos de ideología conservadora. Entre ellos se considera el primero un periódico manuscrito que escribía con Fernández Flórez (Fernanflor) y dos compañeros más. Junto a este desarrolló sus aficiones poéticas —que si bien estaban lideradas por Espronceda, nunca le llevaron a comprometerse con el romanticismo— y teatrales —marcadas por el odio a Moratín—, estrenando juntos en ciertos teatrillos de la plaza del Progreso, donde después estuvo el teatro Eslava, y actuando en obras como Verdugo y sepulturero. También se dice que fue Fernández Bremón quien le quitó de la cabeza a Fernanflor el meterse a marino.
Después entró en La España (1866-1868), diario dirigido por José Selgas y partidario de las políticas conservadoras del general Narváez. En sus páginas se desveló como crítico sagaz y formidable polemista, lo cual le permitió ir ascendiendo sucesivamente, ocupando las labores de revistero, secretario de redacción, redactor jefe y director.
Triunfante la Revolución de Septiembre de 1868, fundó y redactó con Liniers, Herranz, Selgas y Cabanillas el semanario satírico La Gorda, donde atacaron violentamente al gobierno revolucionario.
Poco después entró como redactor en El Siglo. En el marco del alzamiento carlista, en agosto de 1869, se produjeron numerosas riñas y broncas sociales que en Madrid llevaron al asalto de la redacción del periódico Don Quijote por parte de una veintena de hombres armados de bastones y revólveres. De ahí se dirigieron a la redacción de El Siglo, donde se encontraban sus redactores Concha Castañedo, Águila y Fernández Bremón, que fueron apaleados mientras la imprenta era destrozada. En este contexto, decidió salir de España.
Su vuelta a Madrid está fechada en 1873, cuando fue redactor en La Gaceta Popular, de Julio Nombela, y redactor jefe del periódico alfonsino El Diario del Pueblo, de Valero de Tornos.
Durante la época de la Restauración fue además empleado de Gobernación y oficial de la Presidencia durante la jefatura de Cánovas del Castillo, al que acabó presentando su dimisión para retirarse por siempre de la vida política. Respecto a esta dimisión, entre el anecdotario que orbita la memoria contemporánea de Fernández Bremón, se mencionan ciertas correcciones de estilo operadas por Cánovas sobre los decretos redactados por el literato. Esto ocurría en 1874, año en que comenzó a escribir los artículos de fondo de La Época, órgano periodístico del partido conservador. Un año más tarde entró a formar parte de la redacción de El Globo (1875-1876).
No obstante, dos años después, decidió abandonar el periodismo político militante para dedicarse de lleno al mundo de las letras. Su trayectoria hasta este momento, vinculada a la política, no influyó en la imagen que de él se tuvo después como escritor. De hecho, la prensa política liberal siempre lo consideró con afecto, subrayando que su bondad y amor a la justicia siempre estuvieron por encima de sus ideas políticas. De ello dio muestra, por ejemplo, al promover el indulto para José Nakens en 1907. De ahí que en El País lo despidieran del siguiente modo:
Bremón fue, con la pluma, enemigo de nuestras ideas; con el corazón fue un liberal, un hombre tolerante y demócrata como pocos.
En prensa, colaboró en Los Lunes de El Imparcial, fue redactor fundador de El Liberal y trabajó en La Ilustración de Madrid bajo la dirección de Bécquer. También puede encontrarse su firma en El Cascabel (1867), Los Niños (1871), La Risa (1888), Blanco y Negro (1891-1892), La Gran Vía (1893), El Mortero (1896), Gente vieja (1900-1905), Don Quijote (1902), el semanario Ki-ki-ri-ki, Pluma y lápiz (1903), El Motín, etc.
De todos modos, su principal vinculación fue con La Ilustración Española y Americana, donde comenzó a colaborar en 1873 y donde se encargó de su crónica desde 1876 hasta su muerte superando la cifra de 1.600 crónicas en 34 años. En ellas salen a relucir sus dotes como historiógrafo, literato y narrador de la vida que pasa. De hecho, no fueron pocos coetáneos suyos los que consideraron que en ellas se encerraba la historia contemporánea de España. Tras tan larga relación, así lo despidieron desde esta cabecera en su necrológica:
Fernández Bremón era mucho más que un redactor de esta Revista: era el verbo de La Ilustración, el portaestandarte de las ideas que inspiraron a nuestro inolvidable fundador al establecer la Crónica general como expresión del pensar y del sentir de esta publicación ante el mundo, como cable espiritual tendido sobre los mares para transmitir a América juicios imparciales acerca de hechos y de personas, de ciencias, letras y artes, y, de modo especial, de las palpitaciones del alma española.
De su estilo como cronista destaca su talante satírico, aunque siempre suavizado por el afecto. También se le comparó con un equilibrista o indiferente por no tomar nunca en ellas una posición política manifiesta.
Cultivó todos los géneros literarios. En teatro obtuvo su mayor éxito de crítica y público con El elixir de la vida, capricho en un acto y en verso, estrenado en la Alhambra en 1874. El resto de su producción nunca llegó a destacar ni para bien ni para mal e incluye Los espíritus, juguete en un acto y en prosa; Dos hijos, drama en un acto y en verso, estrenado en 1876; Lo que no ve la justicia, drama en tres actos y en prosa, escrito para Carolina Civili y estrenado en 1881 en la Alhambra; Pasión de viejo, drama en tres actos y en prosa, estrenado en 1899 en la Comedia, por Elisa Mendoza Tenorio; La estrella roja, drama en tres actos, estrenado por Ricardo Calvo en el Español en 1890; El espantajo, comedia en tres actos, estrenada en el Español en 1894; y El árbol sin raíces, drama en tres actos, escrito en colaboración con Juan José Herranz y estrenado también en el Español.
Entre sus trabajos inéditos quedaron algunas producciones escénicas: un sainete lírico en un acto titulado La niña de oro, la zarzuela fantástica La mata de pelo y una comedia en un acto y en verso titulada El inglés y el médico.
Ya se ha señalado que la madurez literaria de Fernández Bremón comienza en 1873. Es entonces cuando publica sus primeros cuentos (se estima que dejó escritos 132), fábulas en prosa, romances y artículos novelescos. En ellos es común la forma castiza, el humorismo y una imponente originalidad. Entre sus primeras narraciones breves se cuentan El parto de los mares, Mr. Dansant, médico aerópata, Samuel Sánchez Salvador y Una fuga de diablos. Dentro del género abordó todas las posibilidades: del cuento dramático al sentimental, del fantástico al cuento verde, llegando además a presentarse hoy ante nosotros como precursor de la ciencia ficción de anticipación en España.
En El Liberal se dice de ellos:
En sus narraciones fantásticas hay la ingenuidad de los Grimm, la elegancia y profundidad de Andersen y el poder sugestivo de Hoffmann. [...] La ternura de elocución y la fina elegancia del léxico lo hacían descendiente legítimo de nuestros clásicos.
De hecho, el único libro llevado a imprenta con su nombre es Cuentos, publicado en 1879 y que incluye una decena de ellos.
A sus labores de cronista, dramaturgo y cuentista debe añadirse la faceta de prologuista. Se encargó de hacerlos para el poemario Cromos y acuarelas, de Manuel Reina (1878); Batalla de flores, de Juan García Goyena (1899); Unos cuantos seudónimos españoles, con sus correspondientes nombres verdaderos, de Maxiriarth (1904); y Flores al viento, de Eduardo Caballero de Puga (1904), de quien fue compañero de oficina.
Por supuesto, no puede pasarse por alto su disputa con Leopoldo Alas Clarín, con quien polemizó desde 1879 en adelante con terca obcecación por parte de ambos. Entre sus filias, era declarado admirador de Julio Monreal.
En la esfera pública fue miembro del Círculo de Bellas Artes y estuvo a las puertas de la Academia de la Lengua, pero tras un desplante de su presidente, que le hizo esperar sin atenderle demasiado tiempo, renunció a la vacante dejada por el conde de Liniers. Por otra parte, fue suya la propuesta de que la extracción de los números de los sorteos de lotería se hiciese por el sistema de irradiación, método que se verificó desde el 20 de enero de 1888.
De su anecdotario puede destacarse aquí el día en que la policía intervino una timba en que él estaba y acabo siendo llevado a la prevención por culpa de un chiste del actor Serra.
En lo personal siempre se tuvieron en cuenta sus rarezas. Entre ellas destacaba su odio al sol y el ruido. Así se nos presenta como un noctámbulo impenitente, acostándose siempre pasadas las cinco o las seis de la madrugada, confesando que llegó en ocasiones a pasar cuatro o cinco semanas sin ver el sol y días enteros sin salir de la cama.
En el ámbito familiar, contrajo matrimonio con Josefina Salamanca, hija del banquero de mismo apellido y fallecida en octubre de 1918.
Falleció el 27 de enero de 1910, dos horas después de enviar su última crónica a La Ilustración española y americana. Dos días después se trasladó su cadáver desde la casa que ocupaba en el número 17 de la calle Génova hacia el cementerio de San Isidro.