Semblanza
Resulta en cierta medida paradójico que nadie se haya propuesto hasta la fecha establecer, de un modo más o menos sintético, las bases de una semblanza del que fuera un gran biógrafo de las distintas personalidades políticas y artísticas del siglo XIX. Desde estas líneas emprendemos dicha labor, conscientes de las limitaciones intrínsecas de una reconstrucción fundamentada exclusivamente en la investigación de hemeroteca.
Eduardo de Lustonó no cursó estudios superiores y, así, desde un principio, buscó el sustento económico en las empresas del rotativo y la imprenta. Agrupado generalmente entre la generación de literatos surgidos en tiempo de la revolución de 1868, destacó como sátiro y biógrafo.
Sabemos que fue asiduo de diversas tertulias literarias, como la del Café de Levante a finales del siglo XIX, la del café de Pombo {donde surgió en 1900 la creación de Gente Vieja} o la del Café de la Iberia {donde coincidía con otros escritores como Manuel del Palacio, Pérez Escrich, Moreno Godino, Sánchez Pérez, Eduardo Saco…}. Gracias al artículo que publicó J. Francos Rodríguez en Blanco y Negro el 10 de noviembre de 1929, podemos añadir que en ellas hablaba sin cesar, monopolizándolas incluso, mostrándose implacable en sus juicios y gastando continuas bromas sin reír {a decir de Taboada, «bromas de luto»}.
La Sociedad internacional de poetas formada en Francia y con secciones en Austria, Alemania, Inglaterra, Italia, Polonia, Bélgica, Rusia, Holanda, Suecia y América, llegó a España en 1874. En este año, la sección francesa, presidida por Víctor Hugo, George Sand y Edgard Quinet se dirigió al marqués de Molins, José Zorrilla, Pedro Antonio de Alarcón, Tomás Rodríguez Rubí y Eduardo de Lustonó con el fin de que llos fueran los encarfados de coadyuvar a la formación de la sección española. Fue precisamente Lustonó el que recibió los Estatutos generales de la Sociedad, siendo el encargado de invitar a los poetas españoles más distinguidos a formar parte de la misma.
El 23 de enero de 1878 se promulgó un Real decreto concediendo diferentes condecoraciones a diversos periodistas. Lustonó, por aquel entonces redactor de Los Debates y colaborador de la Revista de España, recibió la encomienda ordinaria de Isabel la Católica. Por contrapartida, en noviembre de este mismo año fue declarado cesante como jefe de negociado del ministerio de la Gobernación.
Las malas noticias parecen sucederse desde entonces. Siendo director de El Buñuelo, en noviembre de 1882 llegó a Barcelona para cumplir una condena de cuatro años de destierro, impuesta a instancias del director de El Imparcial. Durante este tiempo, además de colaborar en diversos medios de la capital catalana, estuvo vinculado al proyecto de fundación de una Academia de Bellas Artes y oficios para la mujer en calidad de profesor {1875}. Tras cumplir la orden judicial, volvió de nuevo a Madrid en septiembre de 1886.
Por el año 1888 comenzó a plublicarse El Coco, periódico de sátira política en el que Lustonó fue colaborador constante. A través del artículo que dedicó a dicha cabecera Félix de Montemar en La Esfera el día 27 de abril de 1929 podemos rescatar una peliaguda anécdota de nuestro escritor.
Tuvo El Coco su hora trágica también. Publicose en uno de sus números un romance político, comentario de cierto negocio no muy limpio que uno de los ministros de entonces realizara por sugerencias de una dama que le interesaba. El romance le fue encargado a Eduardo de Lustonó, el cual, una vez concluido el trabajo, se lo leyó al director. Este oyó la lectura, concluida la cual le preguntó Lustonó:
—Bueno, ¿qué te parece?
A lo que el director replicó:
—Sí, está bien; pero…
—¿Qué?
—Que me parece flojo.
La noche del día en que apareció el número de El Coco en que venía el tal romancejo, como a eso de las diez, fueron atracados Ramón Melgares y Eduardo de Lustonó, en plena calle de Sevilla, por una banda de polizontes de los que actuaban entonces, para descrédito del Cuerpo a que se encomendaba la seguridad de los ciudadanos. Con unos bastones de acerado puño, figurando una alabarda, los de la banda la emprendieron a golpes con el director de El Coco y su acompañante. Lustonó, hombre pequeño y regordete, cayó pronto al suelo, resultando sin más contratiempo que la pérdida de un diente. Ramón Melgares quedó tendido en tierra, malherido en varias partes de la cabeza, y con vida gracias a las duras alas del hongo que llevaba puesto. Los guardias brillaron por su ausencia. Mientras los curaban en la Casa de socorro, Lustonó decía al director de El Coco humorísticamente:
—¡Y decías que te parecía flojo!…
A la salvajada de aquella noche siguiose la noticia, que se recibió en la redacción, de que los enemigos del periódico —no cabía duda ya de que El Coco tenía enemigos— se proponían acabar con todos nosotros, recomendándonos, en consecuencia, que fuéramos armados. Así lo hicimos, por si acaso; y como en la Policía no podíamos fiar para la seguridad de nuestras vidas, decidimos, además, no salir solos nunca a la calle, sino de dos en dos.
Un hijo de Lustonó, pequeño de pocos años, puso una terquedad simpática en acompañar a su padre, que no estaba en relación con la eficacia que pudiera tener tan inocente compañía. Un día le dijo su padre:
—Pero, hijo, ¿de qué me puedes tú servir si me ocurre algo?
—Pues, mira, salgo corriendo y aviso a un guardia.
Peores tiempos llegaron para Lustonó, que aquejado de una no precisada enfermedad mental, producto de los agobios económicos y del desencanto ante la constante inseguridad vital, ingresó a finales de agosto de 1889 en el manicomio del afamado doctor Ezquerdo. La solidaridad dentro del gremio no se hizo esperar, recaudándose dinero para sus familiares desde diversas cabeceras estatales. También se llevó a cabo una cuádruple función teatral en el Príncipe Alfonso de Madrid poco después de su ingreso; en ella se representaron Muerte, juicio, infierno y gloria, Trinidad, Los valientes y Las niñas desenvueltas.
En el número VIII de La España Moderna {agosto de 1889}, se plasmaron unas pocas líneas que a continuación reproducimos que incidían también acerca del carácter del escritor y periodista:
Las letras son a veces una profesión mortífera: la excitación cerebral y el trabajo incesante y devorador del periodismo es un agente de destrucción insensible, pero rápido y cierto. Nos lo prueba la enfermedad mental del desgraciado escritor Eduardo de Lustonó, de quien estos días se han ocupado tanto los periódicos. De temperamento bilioso y carácter triste, como suelen ser a menudo los escritores festivos, Lustonó no pudo resistir las angustias y afanes del problema económico, y su razón naufragó dolorosamente. La prensa, siempre generosa y fecunda en sus iniciativas, se ha reunido a fin de auxiliar al infortunado compañero; y la madre, la esposa y los hijos de Lustonó, podrán, gracias al acto plausible de los periodistas, disfrutar de algún alivio en su inmenso dolor.
Si bien su estancia en dicha institución no se prolongó por más de un año, su participación en la prensa disminuyó considerablemente a partir de entonces.
Lustonó, «laborioso proletario de la amena literatura» según la necrológica publicada en Vida Galante, acabó sus días dejando viuda e hijos el viernes 28 de abril de 1905.
Labor literaria
La popularidad literaria de Lustonó comenzó hacia 1867, cuando se estrenó Un sarao y una soirée en el teatro Variedades de Madrid {sito en la calle de la Magdalena}. Con música de Arrieta, el primer acto de la misma estaba escrito por el también primerizo Ramos Carrión, mientras que la autoría del segundo correspondía a Lustonó. De aquel día suele recordarse el alboroto que hubo entre bastidores, pues los familiares del primero no querían que Lustonó saliese a saludar tras la conclusión del primer acto, habiendo de mediar en el conflicto López de Ayala, que convino que ambos salieran a saludar después de cada acto.
Si bien su producción teatral es numerosa {en solitario, con el ya mencionado Ramos Carrión o con Eduardo Saco}, Lustonó se dedicó primordialmente al periodismo satírico. De ahí que encontremos su firma {ya sea como redactor, colaborador o director} en la práctica totalidad de las cabeceras madrileñas. El itinerario de su presencia en la prensa comienza en Doña Manuela y continúa del siguiente modo: Las Disciplinas {1865-1866; fundado junto a Ramos Carrión}, La Iberia {1867}, Las Novedades {1869-1870}, El Mundo Cómico y El Garbanzo {1872}, El periódico para todos {1874-1875}, La Viña {1878-1880}, La Suavidad, La Filoxera, La Correspondencia Literaria {1872; de la que fue director y donde se encagó de la sección «Semanario Bibliográfico Popular»}, El Buñuelo {publicación dedicada al sainete político que dirigió entre 1880-1881}, La Ilustración {1881}, La Ilustración Ibérica {1883-1885}, La Semana {1887}, Revista de España {1877-1878} y El Mundo Alegre {1890}. También encontramos su firma en Los Madriles, Madrid Cómico, Heraldo de Madrid {1893-1894}, Gente Vieja, Blanco y Negro, La Ilustración Española y Americana, Ilustración artística, Los Lunes de El Imparcial {1898-1902}, en el Almanaque Hispano-Americano {1871, 1872, 1874, 1875, 1879 y 1882}, en la Revista Hispano-Americana {1881-1882}, El Álbum Ibero Americano {1898}, Crónica de Cataluña {1884}, El Siglo {1884-1885; del cual fue director}, El Coco {1888}, en el suplemento literario de El Día {1882}, La Correspondencia de España {1898-1902}, Nuestro tiempo {1902}, Alrededor del mundo, Por Esos Mundos {1904-1905}, Nuevo Mundo {1905} o El Fisgón. También colaboró en 1903 con el número extraordinario que El Evangelio preparó para ayudar económicamente a las gentes de Calatayud, Alhama y Ateca.
Además de artículos satíricos, encontramos en estas cabeceras muchos cuentos, artículos de costumbres, semblanzas y recuerdos literarios.