Semblanza
No es labor sencilla la que aquí acometemos, pues lo cierto es que escasean las semblanzas y comentarios biográficos acerca de Alejandro Larrubiera. De hecho, incluso los pocos textos existentes, en comparación con los dedicados a otros escritores de nuestro catálogo, no gozan de la cercanía de trato entre retratado y retratista a la que estamos acostumbrados, con la superficialidad descriptiva que ello conlleva.
En primer lugar rescatamos aquí las palabras que de soslayo le dedica Rafael Cansinos-Asséns en La novela de un literato. Éstas ponen de manifiesto la sentencia de medianía que el grueso de la siguiente generación hubo de dedicarle a un mal envejecido Larrubiera.
En La Libertad, haciendo antesala en el despacho de don Manuel de Castro suelo encontrar a Alejandro Larrubiera, el viejo escritor, antiguo colaborador de La Ilustración Española y Americana, coetáneo de Blanco-Belmonte y como él ignorado de las nuevas generaciones. Alejandro Larrubiera, que nunca pasó de una medianía, arrastra una vejez indigente y oscura y, según dicen, es su mujer la que con un taller de corsetera, sostiene su casa.
Sin lugar a dudas, resultan unas líneas mucho más detenidas, generosas y amables que las anteriores las que le dedica Federico Sáinz de Robles en la sección «Raros y olvidados» que publicaba en La Estafeta Literaria. Su primer párrafo, dedicado a la descripción física del escritor madrileño, dice así:
Alejandro Larrubiera, cuando yo le conocí de vista, que no llegué a tratarle de palabra y con amistad, era un hombrecito acecinado, con pinceladas biliosas, apersonado en tonos grises: la cabellera, la barba y el bigote desmayado, los ojos y sus miradas, la voz y sus inflexiones, los trajes, los gestos. No pesaría más de los cincuenta quilos, pronunciado de huesos, horro de mollas, bombeado de frente. En sus ropas había excesivas bolsas y en sus hombros y solapas se posaban motillas de caspa. Cuando yo le conocí de vista había cumplido aquellos cincuenta años del hace cincuenta años, que eran mucho más viejos que los setenta bien llevados de ahora. Yo le califiqué de ancianito. Caminaba a pasitos cortos que procuraba que no metieran ruido alguno. Miraba zaino y como de soslayo. Las zonas bajas de su bigote hirsuto y las zonas altas de su barbita estaban teñidas de nicotina, pues era fumador constante y de los que apuran mucho el cigarro sin despegarlo de los labios.
Ambas aportaciones parecen justificar el apelativo de hombre triste Larrubiera
con que a él se refieren en El Mentidero {23-V-1914}.
A propósito de su carácter, Sáinz de Robles afirma que Larrubiera, que vivía en el segundo piso de una casa muy vieja de la calle de Malasaña, fue una criatura bondadosa, modesta, silenciosa, agrisada
y que tan solo tuvo tres amigos entrañables: el músico Federico Chueca y los escritores Juan Pérez Zúñiga y Antonio Casero. A ellos, quizás no de un modo tan entrañable como el planteado en dicha semblanza, pueden unirse también Manuel Paso, Catarineu, Limendoux, Cadenas, Carlos Miranda, Campo Moreno, Limiñana, «Mecachis», Celso Lucio, Palomero y A.R. Bonnat, de cuya pluma extraemos el listado {«Un retrato de Sinesio», en La Acción, 16-IX-1917}.
Por otra parte, añade Sáinz de Robles que Larrubiera frecuentaba las mesas del Comercial, del Europeo y de San Bernardo. A estos cafés puede añadirse el afamado de Fornos, cuya tertulia frecuentó el escritor tiempo después de que lo hicieran los bohemios, cuando ésta recibía el nombre de «La Pecera», en la última década del siglo XIX.
Las referencias biográficas parecen cesar aquí. Sin embargo, gracias al trabajo de hemeroteca llevado a cabo, podemos sonsacar algunos otros datos acerca de sus actividades más sociales, siempre relacionadas, eso sí, con el ámbito literario. Éstas pueden englobarse en tres grupos diferenciados: actos de asociacionismo, homenajes y entierros.
Su talante asociacionista se deja ver ya cuando cuenta con apenas 21 años, figurando como vocal de la proyectada Asociación de la Juventud Literaria Española, cuyas bases fundamentales se presentaron en el número 23 de Madrid Alegre {8-III-1890}. Diez años más tarde, a partir de julio de 1900, formó parte de una más numerosa Asociación de autores, compositores y propietarios de obras teatrales, donde figuran también los nombres de Eusebio Blasco, Jacinto Benavente, Fernández Bremón, Antonio Casero, Caterineu, José Echegaray, Núñez de Arce, Ortega Munilla, Pérez Galdós, Pérez Zúñiga, Romea, Sánchez Pérez, Luis Taboada, etc.
Nuestro detenido estudio de hemeroteca también nos permite destacar aquí a Alejandro Larrubiera como un periodista y literato inmerso en la vida social que conllevaba el compañerismo del gremio.
La siguiente enumeración, sin ser exhaustiva, lo sitúa como asistente a más de 20 eventos. A saber: comensal del banquete en honor de Eusebio Blasco, en el Hotel Inglés, a propósito de su éxito cosechado con ¡Pobres hijos! {enero de 1900}; tributo al impresor Regino Velasco {junio de 1900}; fiesta artística en honor del maestro Caballero, en el Teatro de la Zarzuela, por los 50 años del estreno de su primera obra lírica {diciembre de 1904}; banquete de homenaje a Miguel Moya en el restaurante La Huerta {julio de 1908}; banquete en honor al escritor y periodista Hamlet-Gómez {diciembre de 1908}; proyecto de homenaje a Ruperto Chapí {marzo de 1909}; banquete a Manuel Sandoval {abril de 1909}; descubrimiento de la lápida en homenaje a Chueca {junio de 1909}; homenaje en el salón de contrataciones de la Bolsa en honor de Alfredo Vicenti, director de El Liberal {noviembre de 1910}; banquete en honor del poeta Ortiz de Pinedo {noviembre de 1910}; organizador de la fiesta en honor de Antonio Casero, a orillas del Manzanares y en el restaurante La Huerta {diciembre de 1912}; banquete a Martínez Olmedilla {febrero de 1913}; concurrente a la inauguración del monumento a los «Chisperos» {junio de 1913}; almuerzo en el café Nacional entre 80 periodistas y amigos de Casero y de Blanco Soria para celebrar el triunfo de éstos en las últimas elecciones municipales {noviembre de 1913}; fiesta en el Palace Hotel en honor de Gregorio Martínez Sierra y José María Usandizaga, autores de Las golondrinas {febrero de 1914}; fiesta organizada por la Sociedad de maestros compositores y la empresa de La Zarzuela en honor del maestro Vives {junio de 1914}; homenaje al teniente alcalde del distrito de Chamberí Antonio Casero {marzo de 1916}; banquete al escultor Coullaut-Valera y al arquitecto Martínez Zapatero, responsables del monumento a Cervantes en Madrid {mayo de 1916}; homenaje de los periodistas madrileños a José Francos Rodríguez, que dejaba el oficio para ocupar un puesto en los Consejos de la Corona {mayo de 1917}; banquete en honor del compositor valenciano José Serrano {marzo de 1918}; inauguración del monumento a Juan Valera en Madrid {junio de 1928}; despedida a Luis de Oteyza en la estación de Atocha {septiembre de 1929}; y el homenaje a Pedro Sáinz Rodríguez, organizado por La Gaceta Literaria {noviembre de 1920}.
A través de la prensa también podemos apreciar que Alejandro Larrubiera estuvo presente en un gran número de comités fúnebres a lo largo de su vida. Habiendo contabilizado su presencia en más de una treintena, ofrecemos a continuación una sucinta referencia a los mismos mediante la nominación del finado: Antonio Peña y Goñi {noviembre de 1896}, Ramón Rosell {diciembre de 1898}, Castelar {mayo de 1899}, Eduardo de Palacio {enero de 1900}, el periodista Adolfo Rodrigo {septiembre de 1900}, Manuel Paso {enero de 1901}, Campoamor {febrero de 1901}, Luis Mariano de Larra {febrero de 1901}, Isidoro Fernández Flórez {abril de 1902}, Eusebio Blasco {febrero de 1903}, Núñez de Arce {junio de 1903}, María Anselma Lac {madre de Mariano de Cavia; agosto de 1904}, Luis Taboada {febrero de 1906}, el compositor de zarzuelas Manuel Fernández Caballero {febrero de 1906}, el criminalista Mariano Muñoz Rivero {abril de 1906}, Elena Pérez Capo {hija del periodista Felipe Pérez y González; abril de 1906}, Kasabal {marzo de 1907}, Rodríguez Chaves {colaborador de La correspondencia militar, abril de 1907}, Perojo {octubre de 1908}, Abelardo José de Carlos y Hierro {enero de 1910}, Granés {mayo de 1911}, Carlos Fernández Shaw {junio de 1911}, traslación de los restos de los hermanos Bécquer {abril de 1913}, señora de Vicenti {mayo de 1913}, Luis de Larra {mayo de 1914}, José de Echegaray {septiembre de 1916}, Francisco Flores García {abril de 1917}, doctor Gereda {julio de 1918}, Miguel Moya {agosto de 1920}, homenaje fúnebre en el Apolo por la muerte de López Silva {diciembre de 1925}, Rafael Gasset {abril de 1927} y Consuelo Fajardo {esposa del director de La Voz, Enrique Fajardo {febrero de 1932}.
Dentro de este mismo ámbito puede citarse su visita al enfermo Mariano de Cavia, junto a Joaquín Dicenta y Leopoldo López de Saá entre otros, en abril de 1915. Con el fin de costear las insignias de la gran cruz de Alfonso XII a este reputado periodista zaragozano, que murió finalmente en 1920, hizo Larrubiera un donativo de 2 pesetas en febrero de 1916.
Centrándonos en su vida familiar, hemos podido rescatar que tuvo un hermano, llamado Enrique Pascual, que falleció el 11 de noviembre de 1898, a la edad de 22 años, tras una rápida enfermedad. Teniendo en cuenta la semblanza de Sáinz de Robles sabemos que tuvo también, al menos, dos hermanas. En la línea ascendente observamos que su padre, Alejandro P. Larrubiera y Emporta, falleció el 27 de diciembre de 1899. Su madre, Ana Crespo López, lo hizo el 3 de abril de 1919.
Concluimos estos apuntes biográficos, extensos en tanto que hasta donde nos alcanza nadie antes había acometido semejante tarea de compilación de datos, refiriéndonos a los últimos años de Larrubiera, empleado como funcionario de la Hemeroteca municipal de Madrid {contrastado entre 1928 y 1931}. Sus labores en dicha posición ayudaron a la consecución del Gran Premio de la Exposición de Sevilla para la Hemeroteca en el año 1930. Destacan también las voces alzadas desde la prensa {concretamente El Imparcial y La Libertad, diarios en que colaboraba por aquellos años Larrubiera} en defensa de su puesto, que peligraba por los recortes de gastos pretendidos por la administración municipal en 1930 y 1931.
Por otra parte, resulta curioso y frustrante que, a la vista de tantas fechas de defunción con exactitud registradas, la de Alejandro Larrubiera quede en la incertidumbre. Muchos de los estudiosos de la literatura que lo han mencionado en sus trabajos fijan esta fecha en el año 1935 {quizás porque su firma desaparece entonces de prensa y librerías}. Otros tantos lo hacen en 1937. Ahora bien, ni unos ni otros hacen referencia a la fuente del dato, por lo que resulta complicado a simple vista decantarse por una fecha u otra.
Una visita a la hemeroteca en busca de necrológicas arroja una sola incidencia, que decanta la fecha hacia julio de 1937 y concreta la muerte en el desenlace de una larga y cruel enfermedad
{La Libertad, núm. 5.394, 4-VII-1937, p.2}. Ahora bien, en la semblanza ya citada que Sáinz de Robles dedica al escritor, el autor da cuenta de una visita que hizo a las ancianas hermanas de Larrubiera en noviembre de 1936, en plena Guerra civil, estando ya éste muerto. Quedamos, pues, a la espera de poder recabar algún dato definitivo que nos permita fijar con exactitud el año, cuando no la fecha exacta, en que falleció Alejandro Larrubiera.
Labor literaria
Como ya se ha hecho notar, Alejandro Larrubiera se dedicó profesionalmente de forma exclusiva al periodismo y la literatura, siendo uno de los nombres más populares de la redacción de La Ilustración Española y Americana.
Sus posibles planetamientos ideológicos, influyentes o no en su producción, se decantan hacia la tendencia demócrata-liberal {lo cual sería uno de los motivos de Ernesto Álvarez para publicar folletines de Larrubiera en sus semanarios}, manifestándose además a favor del sufragio femenino y los planteamientos feministas, como puede comprobarse en su crónica «Un antifeminista como hay muchos», publicada en La Libertad el 4 de octubre de 1924.
Entre las polémicas en que tomó parte destaca su parecer favorable al ingreso de Palacio Valdés en la Real Academia {1904} o sus invectivas contra el cine melodramático {1916}.
En el plano estético, si ha de buscarse una etiqueta, siempre se apunta esencialmente a la del realismo de primer cuño, alejado del realismo psicologista que marcó tendencia a principios del siglo XX. Así pues, sus textos pueden y suelen ser considerados como serenos y de correcta factura, buscando la originalidad en la sencillez castiza y la sinceridad, y, por contrapartida, no resultando sobresalientes en ningún aspecto particular. A ello debe añadirse su tendencia a la moralina.
Entre sus cuentos pueden distinguirse algunos humorísticos y festivos, otros de ambiente montañés, unos cuantos infantiles, y también escarceos no miméticos, afines a lo fantástico y lo mitológico, normalmente subtitulados con el membrete de «cuento estrafalario» o «historia inverosímil».
Sus novelas, casi siempre ambientadas en Madrid, fueron publicadas en las principales colecciones de la época: Nuestra novela, El cuento semanal, Los contemporáneos, El Libro Popular o La Novela Mundial. La más celebrada, Márgara, publicada por la prestigiosa editorial Renacimiento, fue presentada por Larrubiera al concurso organizado por el periódico La Novela Ilustrada en 1906. El concurso lo ganó Mauricio López-Roberts con su novela Doña Martirio, pero Larrubiera consiguió el favor del jurado, que recomendó la publicación de la suya, así como de otras cinco novelas de las 108 concurrentes.
Fue también escritor de sainetes y zarzuelas, casi siempre en colaboración, sobre todo la de Antonio Casero, con quien cosechó grandes éxitos pintando las clases populares madrileñas. Hasta tal punto su unión con Casero que en La Acción del día 20 de julio de 1918 se puede leer en la sección «Nuestros ecos» lo que sigue:
Un telegrama de Oviedo: “Casero e inquilino”
En Madrid se hubiera dicho: “Casero y… Larrubiera”
Su éxito no se limitó sólo a la capital, ni siquiera a los grandes teatros del estado español {Barcelona, Valencia, Cádiz, Salamanca, Murcia…}, sino que traspasó fronteras, siendo sus obras celebradas en La Habana, Santiago de Chile o Buenos Aires.
En el ámbito del sainete, fue miembro del jurado {junto a Luceño y Moncayo} del concurso de sainetes entre autores noveles abierto por el Ayuntamiento de Madrid el 21 de junio de 1915 y que fue declarado desierto casi un año más tarde. También puede afirmarse que se mostraba favorable a una hipotética renuncia al saludo final en los teatros si así se decidía en conjunto, a la vista de una votación realizada por El Heraldo de Madrid en septiembre de 1904 entre los principales autores dramáticos.
La recepción contemporánea de Alejandro Larrubiera fue bastante favorecedora y aquí queremos recoger algunos fragmentos que así lo demuestran.
Ya en su juventud, a propósito de su novela Mimosa, era exaltado su prometedor talento en publicaciones como La Gran Vía {6-I-1895}:
Este joven escritor no se parece en nada a tantos otros jóvenes como cogen la pluma sin conciencia de lo que hacen. Larrubiera gana en el juicio de los hombres serios y amantes de la literatura: toma a pecho su arte, que es lo que hay que hacer, y se estruja el alma en lo que produce: debe huir como de una epidemia, del mundo de la gusarapería literaria, y encerrarse en sus propias facultades.
O en la Ilustración Ibérica {18-VII-1896}, a propósito de la publicación de Camino del pecado:
Larrubiera es uno de los escritores que en menos tiempo han llegado a más; de modo que si sigue creciendo en esta proporción, dentro de algún tiempo, ¿dónde llegará?
Que sea muy lejos es lo que deseamos.
Misma estimación se le tenía cerca de la cuarentena, sobre todo entre el público femenino, como puede leerse en la nota de prensa a propósito de La conquista del jándalo, publicada en diarios como El Liberal {7-VI-1907}:
Alejandro Larrubiera es uno de los contados novelistas españoles que pueden vanagloriarse de haber conquistado entre el elemento femenino sinceras simpatías.
El 23 de diciembre de 1912 se publicó en La Correspondencia Militar una pequeña reseña crítica de su libro Historias y cuentos, donde los elogios hacia el autor continúan. De la misma consideramos interesante el siguiente fragmento:
En el temperamento artístico de Larrubiera predomina la emoción. Es un escritor sensitivo que escribe con el corazón. Como atraído por una secreta simpatía, busca las vidas humildes, las que transcurren silenciosas, sin grandes hechos resonantes, pero que ocultan una gran cantidad de pena íntima o de alegría callada, y que por esa intimidad son más díficiles de sorprender y de reporducir en páginas literarias. Añádase a este especialísimo espíritu de observación la pródiga sensibilidad con que el escritor refleja cuanto sus ojos han visto y cuanto su alma ha sentido, que va, todo, cálido y vivo, a los puntos de la pluma.
En Mundo Gráfico, el 2 de julio de 1913, a propósito de Hombres y Mujeres también deshace en elogios hacia el trabajo de Larrubiera:
Alejandro Larrubiera se ha ganado ese puesto [de honor] a fuerza de honradez y de sinceridad literarias. Sus cuentos son inconfundibles y españolísimos.
Sobre todo, amenos.
No resulta tan fácil esto de la amenidad.
Por último, traemos a colación un fragmento de la reseña que de El amor en peligro publicó Nuestro Tiempo en julio de 1923, cuando el escritor disfrutaba ya del membrete de la madurez:
Larrubiera es un escritor formado, de aguda observación y abundante léxico. Mezcla de romántico y realista sabe tratar del amor con la serena plenitud que pide la naturaleza de este fenómeno a la vez atracción orgánica y elevado sentimiento. Lo mira como es en sí; y si no cae en el grosero naturalismo de los novelistas que pudiéramos llamar erótico-sucios, tampoco hace concesiones al idealismo ñoño que lo considera a modo de entelequia independiente de los órganos y del temperamento.
Ahora bien, quizás la aportación más interesante sea la autocrítica que Alejandro Larrubiera envió a Julio Cejador y Frauca {le envió dos cartas con asuntos literarios; una en 1915 y otra en 1916} e incluida en el tomo X de su Historia de la lengua y literatura castellana:
En los muchos miles de cuartillas que he emborronado procuré siempre ser sincero por creer que la sinceridad, aparte constituir la originalidad, según Carlyle, produce en los lectores emoción idéntica a la que se apoderó del autor impulsándole a escribir su obra. Hijo de mi tiempo, traté de copiar lo que en torno mío impresionó mis ojos o mi corazón, y hallé caudal inagotable para trazar cuentos, novelas, crónicas y obras teatrales en los ambientes madrileño y montañés. Oriundo de este hermoso país, cuya dulce melancolía se adueña del espíritu, y nacido en Madrid —la noble y señorial villa—, puse en aquella región y en esta ciudad todos mis amores. Criado entre montañeses y conviviendo en la capital de España con los humildes, la gente del pueblo, tan arriscada, y la de la clase media, tan sufrida, intenté retratar a los de la aldea y a los de la corte tal como se producen en los diversos aspectos de su vario vivir. El intento y la voluntad han sido inmejorables; ¡ojalá pudiera decirse lo mismo del resultado! Por consecuencia, mis gustos e inclinación me han llevado a ser un modestísimo soldado de fila en la gloriosa hueste del realismo literario…, sin perjuicio de ser también un tanto sentimental y romántico. ¡Todo hay que decirlo! Pero mi realismo ha rehuido tenazmente lo que por afán de notoriedad u originalidad mal entendida tocara en extravagante o pudiera ofender, repugnar o sobresaltar al lector; más bien he pretendido inspirarle apacible emoción y no crispar sus nervios; que asomen a sus ojos lágrimas consoladoras y no vislumbres de cólera o de horror; que al referirle las vidas ajenas —en su inmensa mayoría de sacrificio y de abnegación, que corren mansa y calladamente por los cauces más sombríos e ignorados—, sienta conmovida su alma como se conmovió la mía al trasladarlas al papel. A ratos, cual chiquillo de la escuela en día de asueto, que, loco de contento, trota a su albedrío por los floridos campos, el espíritu vagabundea por los de la maravilla que forja la imaginación. Y en estos ratos mi pluma se ha deleitado discurriendo por el mundo que habitan magos, hadas y princesas de ensueño. ¡Es tan hermoso asomarse de vez en cuando a estas ventanas que se abren al ideal y apartar la mirada de la tierra dura, gris, ingrata, donde se lucha y se padece de continuo para fijarla en el cielo!
Su recepción extemporánea, sin embargo, no lo ha tratado tan bien, devaluando su producción progresivamente hacia la medianía y posterior olvido. No obstante, podemos rescatar algunas menciones interesantes.
Comenzamos con las de Sáinz de Robles en su ya mencionada semblanza:
Alejandro Larrubiera fue un fecundísimo escritor. Entre 1907 y 1931 fueron muy leídos sus cuentos, novelas y artículos de prensa. A varios de sus libros puso títulos excitantes para atraer a los lectores salaces; pero títulos que encubrían una mercancía honesta y casi digna del imprimatur eclesiástico.
Un trabajo más profundo es el de Baquero Goyanes {1992:156}, que dentro de su vastísimo estudio del cuento español, define a este escritor de narraciones suaves y burguesas
del siguiente modo:
Larrubiera no fue un narrador profundo pero sí bien dotado y con sentido de lo que el cuento requería, en cuanto a la elección de temas y tonos. De ahí que no se le oculte cómo en ocasiones, algunos cambios decisivos en la vida del hombre podían tener su origen en hechos a primera vista insignificantes.
Por último, rescatamos también las palabras de Mª Trinidad Labajo {2003:358} a la hora de definir el estilo de Larrubiera en sus colaboraciones en la revista Lecturas:
Larrubiera, aficionado al mundo de lo idílico, de lo legendario, de lo mágico, construye textos con cierto afán lírico en la forma, basados en los motivos tradicionales y en ayudantes sobrenaturales; todos ellos van abocados a una enseñanza moral.
Concluimos nuestro acercamiento introductorio a la labor literaria de Alejandro Larrubiera {siempre conjugado en Gedeón y también en la revista España, como verbo irregular, junto a Olavarría y Ladevese} repasando sus colaboraciones en prensa.
Principalmente, suele denominarse a Larrubiera como el principal redactor de La Ilustración Española y Americana, publicación periódica de la que fue colaborador durante más de 20 años {1891-1914}. Ahora bien, su firma se encuentra en más de medio centenar de cabeceras.
Las primeras referencias que hemos encontrado en su trayectoria nos remiten a La Caricatura {1887}, al semanario infantil ilustrado El Camarada {1888-1889}, el periódico ilustrado cómico y humorístico La Risa {1888}, el semanario científico, literario y artístico La Ilustración Ibérica {1888-1892} y un artículo en Aragón Artístico {1890}.
En la última década del siglo XIX comienza a colaborar en importantes cabeceras a las que su nombre quedaría ligado durante un tiempo considerable: La Ilustración Artística {donde publicó medio centenar de textos entre 1890 y 1905}, Blanco y Negro {1891-1896}, Madrid Cómico {1892-1898}, El Heraldo de Madrid {1893-1906} y durante más de 20 años en La Moda elegante ilustrada {1899-1924}, Nuevo Mundo {1898-1927}. Igualmente dilatada en el tiempo, pero mucho más esporádica, fue su presencia en La Correspondencia de España {1894-1898}.
Ya avanzado el siglo XX su firma queda asociada fundamentalmente a publicaciones como La Esfera {1915-1927}, Lecturas {1922-1933}, La Libertad {1924-1934} o Los Lunes de El Imparcial {1927-1930}.
Ocasionalmente, también publicó algún que otro texto en la revista ilustrada decenal infantil El Mundo de los niños {1891}, el periódico ilustrado España y América {1892}, El Reservista {1893}, La Gran Vía {1893-1894}, en el primer número de La vida alegre {30-III-1894}, el semanario Fin de siglo {1894}, Barcelona Cómica {1895}, un cuento en La Dinastía {1896}, la revista ilustrada El Domingo {1896}, el suplemento dominical ilustrado Militares y paisanos {1896}, el semanario ilustrado Madrid Satírico {1896}, Apuntes {1896}, la revista semanal ilustrada España Artística {1897}, la Revista Moderna {1898}, El Globo {1898} el semanario independiente de ciencias sociales y militares, literatura y artes La Nación Militar {1899-1900} o el periódico ilustrado de literatura, teatro y toros La Revista Cómica y Taurina {1899}, la revista semanal ilustrada Iris {1900-1901}, Pluma y Lápiz {1901}, el semanario Arte y Letras {1901}, Vida Galante {1902}, la revista semanal Actualidades {1902}, en el primer número de la revista ilustrada decenal El Arte del Teatro {1902}, El Noroeste de Gijón {1903}, Diario de la Marina {1903}, la revista bonaerense Caras y caretas {1909-1913; 1938-1939}, el semanario El Teatro {1910}, la revista mensual hispano-americana Mercurio, de Nueva Orleans {1914}, el semanario El Heraldo de Chamberí {1921}, la revista semanal de Radio Madrid y portavoz de la Asociación Radio-Española T.S.H. {1924-1925}, algunas semblanzas zoológicas en la segunda época de Por esos mundos {1926}, la revista semanal publicada por la Federación Murciana de Estudiantes Reflejos {1926}, en la revista mensual Ambos mundos {1928}, Economía {1928}, la revista malagueña Studio {1929} o La Voz {1929-1931}.
Sin fechas concretas, pero siempre antes de 1903, de acuerdo con lo recogido por Manuel Ossorio y Bernard, deberían añadirse también las siguientes publicaciones: La Patria, La Correspondencia Militar, El Popular, Revista Cómica, Ilustración Madrileña, España, El Resumen, Los Madriles, Fra Diávolo, El Curioso Parlante, La Comedia Humana, La Edad Dichosa, La Lidia y El Gato Negro.
Otras aportaciones de Larrubiera, con marcado carácter eventual, son las encontradas en el número extraordinario para conmemorar la batalla de Villalar que publicó el semanario segoviano La Tempestad {1894}, el número extraordinario dedicado al socorro de los hijos del malogrado dibujante Mariano Urrutia preparado por Don Quijote {1895}, el número conmemorativo del primer aniversario de El Heraldo de la Industria {1895}, en los Almanaques de Regino Velasco {1895-1913}, el número único de El Centenario {dedicado a la figura de Cristóbal Colón}, Almanaques del diario taurino El Tío Jindama {1897-1898}, el número extraordinario del semanario La Campaña de Cuba y Actualidades consagrado a los héroes de Punta Brava. {1896}, el Almanaque de Don Quijote {1897}, el Almanaque festivo para el año 1898 de la casa editorial herederos de D. Diego Murcia, el Almanaque para 1898 de La Revista Moderna, el Almanaque del año 1900 de la revista Instantáneas, el Almanaque del semanario humorístico ilustrado Monos {1906} o en el álbum literario-artístico conmemorativo de la fiesta celebrada en los Jardines del Buen Retiro a beneficio de los heridos boers en el año 1900.
Añádase a todo ello su labor como director de algunos semanarios festivos como Sancho Panza {1889}, publicado desde el 1 de octubre como semanario popular, artístico y literario; Gil Blas, fundado y dirigido por Larrubiera desde 1894 a 1895 y considerado de gran calidad a muy bajo precio {5 cts.}; a ellos se añade la dirección del semanario Madrid Alegre.