Carlos Coello de Portugal y Pacheco nació en Madrid el 12 de agosto de 1850 en el seno de una familia noble y distinguida. Fue el hijo primogénito del geógrafo y coronel de ingenieros Francisco Coello de Portugal y Quesada y de Aurora Pacheco y Cassani. Por vía paterna, era sobrino del conde Coello de Portugal, fundador en 1849 del diario La Época, y heredero de su título por delante de sus hermanos Adolfo, Aurora y Gonzalo.
Con una vocación literaria irresistible desde la infancia, estudió la carrera de leyes en la Universidad Central de Madrid. Según cuenta Kasabal, en esta época de estudiante, allá por los primeros años de la revolución de septiembre de 1868, escribió muchas piezas en un acto, a las que no dio su nombre.
Vivía por entonces en un callejón próximo al teatro de Novedades, un editor de comedias que era un tipo notable en su género; ganaba, como todos los de su clase, el dinero explotando a los autores cuyas obras compraba, y este editor adquirió las comedias que Coello le llevaba con un pseudónimo, y que después se han representado con éxito en los teatros por horas.
Eran comedias escritas rápidamente en las clases de la Universidad mientras Novar explicaba derecho romano y Salmerón metafísica, y puestas en limpio por la noche, según apremiaban los apuros del bolsillo, no siempre bien provisto del estudiante. El editor daba por la propiedad tres o cuatro duros y el autor se retiraba muy satisfecho, sin sospechar siquiera la ganancia que dejaba y creyendo que había hecho un gran negocio.
Kasabal, El Correo militar. 30/4/1888
Durante esta época trabó amistad con Andrés Ruigómez, Campo Arana y Ramos Carrión, con quienes fundó la Sociedad de amigos del Nido. Asimismo, siempre fue asiduo a las veladas aristocráticas y salones literarios, como el organizado por la señorita de Dotres.
También por aquellos días de estudiante escribió infinidad de poesías festivas y serias que remitía a los periódicos y revistas, práctica que perduró hasta el final de sus días, publicando siempre composiciones líricas donde abundan los apólogos sentenciosos y los sonetos. No obstante, su principal fama la conquistó en el teatro, donde estrenó con gran éxito varios dramas y algunas producciones ligeras de vis cómica.
Su primer estreno fue en el Teatro de la Zarzuela el 28 de marzo de 1870 con De Madrid a Biarritz: viaje en dos actos, dividido en cuatro cuadros, escrita en colaboración con Ramos Carrión y con música de Emilio Arrieta. Aunque su primer gran éxito se produjo con El príncipe Hamlet: drama trágico-fantástico en tres actos y en verso, estrenado en el Teatro Español el 22 de noviembre de 1872. Esta actualización de la obra de Shakespeare fue expresamente escrita para beneficio del actor Antonio Vico y resultó extraordinariamente aplaudida desde el día de su estreno hasta las reposiciones que se fueron sucediendo hasta, al menos, 1902. Si bien la obra logró amplia fortuna entre el público, en el ámbito de la crítica siempre generó polémica. Mientras unos la trataban favorablemente, otros como la señorita Michaelis la consideraban una profanación insoportable de la obra de Shakespeare
o, en palabras de Caramanchel, sus arreglos se consideraban insensatos atentados contra el arte
.
A ella siguió La mujer propia: leyenda dramática del siglo XVI, estrenada en el Español el 29 de abril de 1873. Escrita por encargo y con el exclusivo fin de dar beneficio a la actriz principal Teodora Lamadrid, logró un éxito frío en comparación con su trabajo anterior. Habiendo sido mutilada debido a su gran extensión, se publicó poco más de un año después en La Revista Europea y en formato libro por los editores Medina y Navarro.
Suerte similar corrió Roque Guinart: drama en tres actos y en verso, estrenado en el teatro de la calle del Príncipe a finales de octubre de 1874. Se trata de una reducción de Los bandidos de Schiller, con modelo cervantino. A pesar de contar con buenas condiciones literarias, resultó en su estreno un fiasco, tanto por el género de la obra como por la actuación fría e indiferente de la compañía actoral. Así pues, duró poco en cartel, señalándose como principal falta la abstracción de la trama principal en aras de detalles episódicos.
Su siguiente trabajo teatral fue La monja alférez: zarzuela histórica en tres actos y en verso, con música de Miguel Marqués, que estuvo en posesión del teatro Apolo desde 1874 y se estrenó finalmente el 24 de noviembre de 1875 en el Teatro de la Zarzuela. Ambientada en el Callao de 1615, se basa en la historia de doña Catalina de Eráuso. Coello desfiguró la verdad histórica para aumentar el interés de la fábula y, si bien la crítica coincidió en que la versificación y el diálogo eran primorosos y las situaciones dramáticas de buen efecto, no logró grandes simpatías al no saber suscitar interés con su protagonista. La obra se publicó en prensa en enero de 1876 con prólogo de José Gómez de Arteche, de la Academia de Historia.
Parece comenzar desde entonces una nueva etapa dramática, centrada en piezas ligeras y que comienza con La magia nueva, comedia de magia escrita en colaboración con Ramos Carrión para la empresa Bernis de Barcelona y estrenada en el Teatro Principal en enero de 1876. A Madrid llegó en el mes de julio convertida en El siglo que viene: zarzuela cómico-fantástica en tres actos, con música de Caballero. Con ella entraron en el considerado por algunos género grotesco, aunque sin caer en los excesos frívolos de estas obras (can-can, desnudos, etc.), haciéndola blanca. Sin embargo, la crítica echó en falta una mayor comicidad para paliar dichas ausencias. La obra deja, no obstante, algunas imágenes sugestivas, como figurines vivos en escena y la Puerta del Sol convertida en puerto marítimo en el año 1976.
A ella siguió El alma en un hilo: juguete cómico-lírico en dos actos, pieza cuya comicidad fue aplaudida en el Teatro de la Zarzuela y que más tarde refundió a comedia junto a Campo Arana con el título de El paño de lágrimas. Se trataba de un arreglo del italiano que el actor Gabriel Castilla volvió a representar en el Teatro Español en 1899.
El 17 de febrero de 1877 estrenó en el Teatro de la Comedia un juguete en dos actos, arreglo del vodevil francés Un monsieur qui suit les femmes, que Coello vio en el teatro Vaudeville parisino y que tradujo como La pena negra. El público celebró sus chistes y, en su representación del tipo ocioso que se dedica a escoltar a cuantas mujeres encuentra, sobresalió el actor Mario, según recogen las crónicas de la época.
En el Teatro de Apolo se estrenó el 25 de junio de 1878 el drama en cuatro actos La tabla de salvación. Se trata de un arreglo del francés, escito en colaboración de Leandro Herrero, de Les Fourchambault, de Émile Augier, por entonces triunfando en París y que tuvo una perfecta acogida entre el público.
Antaño y Hogaño: cuadro literario dividido en dos partes, fue compuesto en virtud de especial encargo de la Asociación de Escritores y Artistas para la velada que en honor de D. Pedro Calderón se celebró en el Teatro Real de Madrid la noche del 30 de mayo de 1881. Con ella, Coello trató de representar la poesía en los siglos XVII y XIX. Así, la primera parte se ambienta en el reinado de Felipe IV y la segunda en el de Isabel II. Para su elaboración contó con el asesoramiento de los eruditos Aureliano y Luis Fernández Guerra, Rosell, Cañete y algún otro. La obra, que obtuvo muy buen éxito, concluye con una cantata a Calderón.
En este mismo contexto se enmarca La muerte es sueño, drama fantástico en un acto escrito con destino al Teatro Español en loor de Calderón del que, sin embargo, pocas noticias pueden encontrarse.
Tampoco parece que prosperase sobre las tablas El niño ciego, comedia que preparaba en el Teatro Apolo en junio de 1881 y de la que Coello ofreció el producto de sus derechos de autor (o la mitad de los mismos si se representaba más de dos veces) a los niños de la calle de San Oprobio. Sí se estrenó el 30 de este mes en el Apolo La vida es soplo, quisicosa lírica en dos actos, con música de Fernández Caballero y de Casares. Abundante en chistes, fue aplaudido en su primer acto, mas no en el segundo.
No volvería a estrenar una nueva obra hasta enero de 1887, cuando se presenta al público Las mujeres que matan: despropósito trágico-lírico en tres actos, con música de Manuel Fernández Caballero. La obra, escrita ad hoc para beneficio de las actrices del Teatro de la Princesa, suscitó gran hilaridad y fue recibida con éxito, si bien la crítica consideró, una vez más, que era más larga de lo necesario. En ella no escasean las alusiones políticas, aunque en ningún momento son ofensivas.
La última obra de Coello fue La mujer de César, una comedia en tres actos y en verso estrenada en el Teatro de la Comedia la noche del 28 de enero de 1888 y que se dejó de representar a las puertas de su vigésima representación, que es la que se hace a beneficio del autor. La crítica de la prensa coincidió en soslayar que, si bien los medios escénicos eran pueriles, se trataba de una de las joyas del teatro moderno
. Lo cierto es que con ella volvió el dramaturgo a alcanzar el éxito entre público y críticos, siendo considerada como una de las obras dramáticas más destacables del año. No obstante, sorprendido al poco tiempo por la muerte, hubo de ser la última producción del autor.
En el ámbito de la narrativa sus esfuerzos se centraron exclusivamente en el género del cuento, donde dio muestras de profundo pensamiento, extremada corrección de estilo castizo y visos de sátira punzante y humorismo de dejes británicos. Su única publicación en formato libro fue Cuentos inverosímiles, publicado por la Biblioteca de Perojo en 1878. En él se reunían algunos cuentos publicados previamente en la prensa periódica y le supusieron gran reconocimiento por parte de la crítica. En 1887 se publicó una segunda edición en la Imprenta de Fortanet, con el cambio de uno de los cuentos por otro diferente y prologada con el texto que publicó Revilla tras la primera edición.
En la prensa publicó estos y otros cuentos, siendo cabeceras principales para tal efecto La Ilustración española y americana, Cádiz y La Ilustración Artística. También publicó alguno en La Época, diario fundado por su tío donde trabajó como redactor escribiendo las Vidas madriñeñas, revistas de salones y otros trabajos de índole diversa. El trabajo de sus últimos meses venía firmado con el seudónimo de El maestro Estokati.
En definitiva, nos encontramos con una producción numerosa, aun teniendo en cuenta que sus primeros trabajos fueron sin firma, así como numerosas obras de los repertorios teatrales. En ella se destaca siempre su humorismo inglés y su galanura castiza. Ideológicamente estuvo íntimamente ligado a las ideas conservadoras, como puede leerse en la necrológica publicada por La Dinastía:
Uno de los escritores que más ha honrado en vida al partido conservador y que más fidelidad y amor profesaron a los principios religiosos y políticos monárquicos y dinásticos que informan nuestro programa, acaba de morir.
Querido por su carácter, considerado hombre de gran cultura y esmerada educación, caballeresco y cortés en su trato y ameno en la conversación, falleció a los 38 años, tras pocos días de enfermedad (calenturas tifoideas), a las cuatro y media de la tarde del 26 de abril de 1888. Si bien la muerte le sobrevino a edad temprana, tampoco sorprendió en demasía a sus amigos y compañeros, que siempre vieron en él un fondo de tristeza y una merma manifiesta de salud. Así lo expresaba Fernández Bremón:
Aunque su muerte ha sido inesperada, no dejaban de tener algunos amigos ciertos presentimientos tristes. Había en su alegría un fondo de tristeza.
Este talante romántico-pesimista (aunque no tan marcado como el de su amigo Campo Arana) coincidía con una salud endeble. Con frecuencia padecía erisipela, lo cual dejó en su cara pálida una especie de inmovilidad. Hacia 1884 hubo de viajar a Constantinopla para reponerse junto a su tío de una enfermedad nerviosa (por unos denominada melancolía, por otros exceso de imaginación). En marzo de 1887 una pleurodinia estuvo a punto de acabar con sus días, etc. Finalmente, en el delirio de la enfermedad solía pronunciar palabras en francés e italiano relativas al arte y la literatura. Una de ellas, recordada por la prensa y que puede tenerse por la última, es Los dramas se sienten con el corazón y se escriben con la cabeza
.
No obstante, parecía que la vida le sonreía en sus últimos años, pues tenía previsto marchar a Sevilla, donde una distinguida joven ahí conocida iba a ser su esposa. Además, andaba recopilando sus poesías esparcidas en la prensa para publicarlas en un libro y dejó inconclusas dos piezas en un acto y una zarzuela en tres a partir de la última obra de García Gutiérrez, de quien fue consultor.
Acabamos estas líneas introductorias a la figura de Carlos Coello con algunas de las palabras que El Otro, amigo suyo desde la infancia, le dedicó en La Época tras su muerte:
Era alto, pero no esbelto; al revés: andaba siempre inclinado, como si buscara algo que se le hubierta caído; de barba negra y ojos grandes, pero no expresivos.
[…]
Adoraba a las mujeres; a todas, lo mismo hermosas que feas, y no fue culpa suya si hizo infelices a más de cuatro con sus inconstancias.