En la catedral se celebra el fin de la peste. La vida triunfa, la armonía es completa, todos se sienten refractarios al pecado y la culpabilidad mientras entonan al unísono el ¡Aleluya! por su renacer. Sólo un sonido ahogado intenta y no consigue perturbarlos. Un sonido que viene de los camastros en que se encuentran los expósitos…

Tío Bruno está acabado. Ya viejo, después de toda una vida sirviendo al amo en la mina, se encuentra solo en la miseria. El fuerte viento viene a buscarle y, por casualidad, acaba llevándole hasta la casa del amo. Este, sumido en riquezas ganadas con el sudor de otros, se encuentra también solo y abandonado. Su encuentro representa un caso de conciencia. Los hechos pesan en el gatillo.

Al señor Melanio lo lleva preso la benemérita. Su crimen: apropiarse de liebres ajenas para alimentar a su familia, que ahora le acompaña para despedirlo por una buena temporada. Junto a él protesta hasta el final Piltrafas, su perro, incapaz de resignarse a la separación de su amigo y amo.

En una tarde en que el cielo se transforma en un escenario dramático, dos nubes se destacan en el firmamento. Una, de tonos suaves y rosas, recuerda a una figura femenina delicadamente suspendida, mientras la otra, oscura y amenazante, avanza con la ominosidad de una tormenta inminente. La imagen evoca una metáfora de amor y conflicto, de belleza y destrucción, reflejando los contrastes del mundo humano. Mientras el sol se oculta y la noche se aproxima, la nube sombría se aproxima a la luminosa, creando una escena cargada de tensión. La llegada de la tormenta parece coincidir con un evento trágico en la tierra, revelando un eco de drama y tragedia.